Sahel: la Gran Muralla Verde cumple diez años

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Por Gerardo González Calvo

 

El pasado 17 de este mes de junio se celebró el Día Internacional contra la Desertificación y la Sequía, instituido por la ONU en 1995. Dice un viejo proverbio que no se puede poner puertas al campo, pero es probable que haya algunos refranes sobre la contención de las arenas del desierto y más concretamente sobre la desertificación. Si no existen, recordemos esta bella frase de Paulo Coelho: “Dios creó el desierto para que el hombre pudiera sonreír a las palmeras”. O esta otra de Phil Bosmans: “No puedo en un solo día cambiar el desierto, pero puedo empezar haciendo un oasis”.

No sé si, cuando hace exactamente una década los miembros de la Unión Africana pusieron en marcha oficialmente el programa “Gran Muralla Verde entre el Sahara y el Sahel”, tenían en su mente la importancia de sonreír a las palmeras o de crear grandes oasis para frenar el acelerado avance de las dunas hacia el África tropical. En cualquier caso, es un proyecto muy ambicioso: cuando esté terminado abarcará cerca de 15 kilómetros de ancho y más de 7.700 kilómetros de largo y cruzará de este a oeste 11 países africanos: Senegal, Mauritania, Malí, Burkina Faso, Níger, Nigeria, Chad, Sudán, Eritrea, Etiopía y Yibuti.

Está previsto que el proyecto de la Gran Muralla Verde esté terminado en 2027. Solo se ha completado un 15 por ciento en los últimos 9 años, sobre todo en Senegal. En este país ya se han plantado 11 millones de árboles y se han recuperado 27.000 hectáreas de tierra perdida. Esto ha permitido a muchas personas aumentar sus ingresos y producir alimentos para sus familias.

El presupuesto de la Gran Muralla Verde es de 3.700 millones de euros, comprometidos en la Cumbre del Clima de París de 2015. Los fondos los aportan mayoritariamente el Banco Mundial, el Banco Africano de Desarrollo, la Unión Europea, la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) y algunas entidades privadas como la International Conservation Caucus Foundation.

El objetivo es muy preciso: levantar una gran barrera de árboles y plantas, frenar los nefastos efectos del cambio climático, conservar el patrimonio rural y mejorar las condiciones de vida de los habitantes de esta inmensa lengua de arena. El coronel senegalés Waly Guèye, director nacional de la Gran Muralla Verde, ha ido incluso más lejos: “Lo que estamos haciendo tiene un gran valor mundial”. Y lo apuntaló con esta frase: “Un árbol plantado beneficia a toda la humanidad”. Él mismo ha asegurado que “la Gran Muralla Verde es algo más que plantar árboles. Implica una serie de actividades que tienden a mejorar las condiciones de las poblaciones y a promover el desarrollo”.

El también senegalés Ousseynou Diop, asociado al programa FAO-Senegal, ha subrayado que, “una vez finalizado, el proyecto permitirá rehabilitar las tierras degradadas, mejorar la alimentación del ganado con forraje, contribuir a la conservación de especies en peligro de extinción y favorecer el desarrollo del empleo local”.

Camila Nordheim-Larsen, coordinadora de programas de gestión de la tierra y de políticas de convención de la ONU de lucha contra la desertificación, ha asegurado que “esta muralla no separa, sino que une a los países en un esfuerzo común. Plantar de oportunidades toda esta tierra también será un dique contra los conflictos que pueden provocar las migraciones”. Se trataría, en este caso, de los llamados emigrantes climáticos. De hecho, según la ONU, unos 60 millones de personas podrían verse forzadas a abandonar sus hogares en cinco años por la situación en el Sahel.

Hay que tener en cuenta que en los países afectados por el Sahel viven unos 450 millones personas, muchas de ellas atrapadas por la dureza del cambio climático, debido a una galopante desertificación, lo que dificulta enormemente el cultivo de alimentos y la supervivencia.

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