Silvia Albert Sopale, actriz: «Las afrodescendientes sufrimos una doble discriminación»

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Silvia Albert Sopale, nacida en San Sebastián (Guipúzcoa) en 1976, afrodescendiente –su madre es de Guinea Ecuatorial y su padre de Nigeria– y residente en Barcelona, es la protagonista sobre las tablas de No es país para negras, una función teatral que plantea diferentes y novedosos puntos de vista sobre el racismo, la sexualidad de la mujer negra y el sentimiento de identidad y pertenencia a dos mundos: Europa y África.

 

Por Eugenio G. Delgado

 

¿Qué se encuentra el público en No es país para negras?

Relato en primera persona la historia de las mujeres negras en España. Es bastante delicado, porque hablo de racismo y machismo y dejo a mucha gente en shock por temas que antes no se había planteado. El gran regalo es hacer una revisión muy personal a tu propio comportamiento, ¿qué racismo y machismo ejerces o sufres?

 

Parece una propuesta dura para arrancar una sonrisa…

Bueno, mi espectáculo congela la sonrisa. Es una comedia dramática. Las personas se ríen, pero cuando te das cuenta de lo que te ríes, te hace pensar.

 

Fotografía: Ana Zaragoza

¿Cuál es la respuesta del público?

Al finalizar la obra realizamos un coloquio y escuchas de todo. Hay hombres y mujeres blancas que piden perdón por todos los blancos, pero la obra no es una acusación personal. Hablo de afrodescendencia y de mujeres negras nacidas en España. Por desgracia, mucha gente piensa que todas las personas negras acabamos de llegar en patera. Yo he nacido aquí, soy española y sufro el victimismo, el patriarcado, la culpabilidad y los micromachismos y microrracismos diarios.

 

¿Cómo ha sido su experiencia personal?

Nací en 1976 y he sido de las únicas y primeras personas negras en muchos espacios. Crecí en dos mundos: en casa, África; y en la calle, Europa. Eso requiere una búsqueda de identidad. Me gustaría, simplemente, que cuando la gente me viera pensara que soy una mujer negra española, nada más. Que se normalice y no parezca que por ser negra ya no eres española.

 

¿De qué manera se consigue esa normalización?

Todavía se vincula la españolidad con el color de piel: los españoles y europeos son blancos. Pero aquí vivimos muchos hijos de inmigrantes o de las colonias que hemos nacido aquí y nos consideramos españoles. Es necesario normalizar y visibilizar. Lo importante es que se empiece a hablar y que sepan que existimos. En España se piensa que no es un país racista, pero sí lo es.

 

¿Cómo es ese racismo?

El problema en España es que el racismo solo se identifica cuando se produce una agresión o un acto de máxima violencia. Sin embargo, sufrimos microrracismos a diario. Por ejemplo, que a las niños negros se les toque el pelo rizado y se les diga «¡Qué bonito!». Es una invasión de su espacio privado y es algo que crea muchas dudas e incomodidades. O que hagan comentarios despectivos hacia ti, o que te dejen sola en el recreo, como me ocurrió a mí en el colegio. Las mujeres afrodescendientes sufrimos una doble discriminación: por ser mujeres y por ser negras.

 

Tiene una hija de 5 años. ¿Qué futuro ve para ella?

Alma es mestiza y ella simplemente ve que tiene una mamá negra y un papá blanco. No quiero que mi hija sufra el racismo que sufrí yo en la escuela pública. A su padre tampoco le gusta el método educativo que se utiliza normalmente que fomenta la competitividad, donde hay castigos o que no haya una atención cercana a cada niña o niño. Por eso, Alma va a una escuela libre de Barcelona. Sentimos que es un lugar en el que podemos hablar y reflexionar de cosas como el machismo o el racismo de forma abierta. La infancia reproduce lo que ve en casa y son, precisamente, el profesorado y los padres los que tienen que entender que hay que revisar ciertas cosas. En la escuela pública no encontramos ese espacio. Por ejemplo, en un colegio público vimos cosas como que en un póster de un abecedario aparezca en la «i» el dibujo de un indio. Son estereotipos que no se entienden como racismo, pero lo son.

 

Y su pareja, ¿también sufre discriminación?

Aunque no te des cuenta y esté normalizado, sucede todos los días sutilmente. Por ejemplo, a mi marido, Luis, que es blanco, le dan siempre la cuenta cuando vamos a cenar por ahí; a él le hablan en catalán y a mí en castellano cuando estamos los dos juntos; no se dirigen a mí; además le han insinuado alguna vez que si yo estaba con él por los papeles, o que si tengo la documentación en regla… Incluso le han insinuado que es un machote por estar con una mujer negra.

 

Fotografía: Josep Tobella

 

Explíquenos el proceso de asimilación de su afrodescendencia.

Hay personas que rechazan uno de los dos mundos, pero ese no era mi camino, aunque no lo supe hasta los 30 años cuando viajé, por primera vez, a Guinea Ecuatorial. En ese viaje comenzó la idea de sumar dos culturas, la idea de la afroespañolidad. Mi identidad es múltiple. Fue un proceso muy instintivo, nada racional. Me reconocía en la cultura ecuatoguineana y mi color de piel me permitió integrarme y relacionarme con la gente local. Pero cuando abría la boca ya era «la española», así que cuando me he sentido más reconocida como española es cuando he salido de España. Paradójico, ¿no?

 

¿En qué momento político y social diría que está un país gobernado desde hace casi 30 años por Teodoro Obiang?

A primera vista, tienes la sensación de que no ocurre nada, que todo el mundo está feliz y hace su vida. Pero cuando llevas un tiempo y ves cosas como el encarcelamiento del dibujante Ramón Esono, percibes la inseguridad en las calles y que, en el fondo, no se respetan los derechos de las personas.

 

¿Por qué tuvieron que salir sus padres del país?

Fue en 1974 y, como muchos otros, fue por la inestabilidad que había debido al fin de la colonia y la llegada del nuevo Gobierno. Mi madre, Fátima, nació como española en la época franquista, y mi padre, aunque es originario de Nigeria, llegó a Guinea Ecuatorial con seis años y no le quedan muchos vínculos en su país de origen.

 

¿Cómo explica el desconocimiento de España sobre Guinea Ecuatorial?

Si miramos al pasado, existe una historia de vergüenza histórica y un deseo de blanquear ese período. Los colonos protagonizaron una historia dura: eran explotadores, esclavistas, traficantes, violadores… «Mejor olvidarse», piensan. No se quiere recuperar esa memoria histórica porque conllevaría una revisión y una petición de responsabilidades.

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