Sin mujeres no hay paz

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El 31 de octubre de 2000 el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas marcó un hito en el reconocimiento de los efectos de las guerras en las mujeres y las niñas (muy distintos de los que causan en hombres y niños) y del papel que éstas pueden desempeñar, y desempeñan, en la prevención y resolución de los conflictos y en la construcción y consolidación de la paz. Este gran salto quedó plasmado en la resolución 1325 sobre mujeres, paz y seguridad, que acaba de celebrar su veinte aniversario.

Detrás de este documento está el trabajo y la presión, durante años, de cientos de grupos de mujeres que trabajan por la paz y de muchas organizaciones de la sociedad civil que luchan por la igualdad y los derechos de las mujeres. Tampoco hay que desdeñar la influencia de la Declaración y Plataforma de Beijing de 1995. Esta resolución, que este año celebra su 25 aniversario, ha sido fundamental en la promoción de la presencia de las mujeres en distintos ámbitos y en impulsar su igualdad.

La extrema gravedad de algunas violaciones de derechos humanos que sufren las mujeres durante los conflictos y el daño social duradero que estas violaciones infringen no solo a las víctimas directas, sino también a las familias y comunidades, no siempre se comprenden ni reconocen plenamente. Por eso, tradicionalmente se ha observado una tendencia a pasar por alto o incluso a proporcionar una amnistía para los delitos de género relacionados con los conflictos, más notoriamente, la violencia sexual.

Si las experiencias que las mujeres viven durante los conflictos son ignoradas, marginadas o relegadas como un asunto secundario, ellas no tendrán incentivos para participar en los procesos de paz y reconciliación. Por eso es necesario que se condenen de manera contundente todas esas prácticas que atentan contra sus personas, derechos y libertades. Si no hay un castigo claro de los delitos de género se corre el riesgo de que las mujeres vuelvan a ser estigmatizadas por haber sufrido violaciones, trata sexual y otros abusos. Es, por tanto, fundamental que los procesos de prevención de la violencia o de paz y reconciliación contemplen toda la gama de violaciones de derechos fundamentales que sufren las mujeres y las necesidades diferenciadas de hombres y mujeres con respecto al acceso y los beneficios de estos procesos.

La perspectiva de género en todos estos procesos es fundamental para asegurar la participación de las mujeres en ellos, desarrollar un relato más preciso e, idealmente, garantizar la justicia para las experiencias vividas por las mujeres durante el conflicto.

Sin embargo, en las últimas décadas se ha detectado una tendencia a utilizar los procesos de reconciliación nacional para sustituir las medidas de rendición de cuentas, hasta el punto de otorgar amnistías por delitos graves, sobre todo, cuando las víctimas son mujeres. Posiblemente, esto se produce porque ellas no están bien representadas en los diálogos, las comisiones o comités en los que se deciden estos asuntos. Esto es algo el Secretario General de Naciones Unidas lleva denunciando desde 2010.

África ha sido pionera en la participación de la mujer en estos procesos. Al principio del presente siglo en varios países las mujeres desempeñaron un papel fundamental en la resolución de los conflictos. Es el caso de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación de Sierra Leona, que se caracterizó, entre otras cosas, por su intención de dar un enfoque especial a las experiencias de las mujeres durante la guerra sierraleonesa. La Comisión aseguró que tres de los siete comisionados fueran mujeres, una de las cuales tenía experiencia directa en el abordaje de cuestiones de violencia de género en conflictos armados. Además, consultó a las mujeres activistas locales e internacionales de manera exhaustiva y frecuente y formuló reglas especiales de procedimiento diseñadas a abordar las necesidades particulares de los testigos femeninos. Se llevaron a cabo audiencias especiales para mujeres, que tuvieron un éxito considerable al abordar el tema de la violencia sexual.

Igualmente, en Liberia, cuando tantas iniciativas de paz habían fracasado, la Organización interreligiosa de mujeres por la paz, liderada por la premio Nobel de la paz Leymah Gbowee, se acercó a los soldados, particularmente a las niñas y niños soldados, y les persuadió de participar en el proceso de desarme. Antes de eso, esas mujeres habían ganado una tremenda credibilidad entre los liberianos por su audaz participación en las conversaciones de paz donde sus manifestaciones diarias y sus diálogos con las partes aceleraron el acuerdo final.

La valentía de aquellas mujeres quedó consagra en la resolución 1325, que insta a los Estados y a la propia ONU a impulsar la representación de las mujeres en todos los niveles de toma de decisiones relativas a la prevención, gestión y solución de los conflictos, los procesos y negociaciones de paz y las misiones de paz sobre el terreno, y a incorporar una perspectiva de género que tenga en cuenta las necesidades de las mujeres y las niñas durante las fases de prevención, conflicto y posconflicto, así como el pleno respeto de los derechos de las mujeres y las niñas frente a la violencia por razón de género.

Sin embargo, después de veinte años de la proclamación de la resolución 1325, la incorporación de las mujeres a estos procesos sigue siendo escasa, casi anecdótica, y avanza muy lentamente. Y eso que los datos confirman que es más probable que los acuerdos de paz sean más sólidos y sostenibles si las mujeres están presentes en todas las fases de su elaboración e implementación. Otra forma de decir que sin la plena participación de las mujeres nunca habrá paz.

En la imagen superior: Leymah Gbowee en una conferencia TED en 2012 en Estados Unidos. Fotografía: James Duncan Davidson




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