Publicado por Chema Caballero en |
Diluvia. Es lo que toca en pleno corazón de la estación de las lluvias. En los campos, hombres, mujeres y niños se refugian en pequeñas chozas construidas en los márgenes de las granjas. Es tiempo de sembrar el arroz en las marismas que poco a poco se inundan. Es tiempo de grandes esfuerzos. Toda la familia, desde el más anciano al más pequeño, participa. El vino de palma con el que posiblemente han desayunado anima a mantener el buen ritmo y aminorar los dolores musculares. También la esperanza de una buena cosecha dentro de algunos meses ayuda a no desfallecer.
Las plantas y árboles recobran el verde brillante. El polvo que los teñía de color ocre, al igual que hizo con tejados y paredes, ha sido lavado. El brillo de la tierra roja alcanza su máximo esplendor. Todo se anega, el agua está por todas partes, y los caminos y trochas lo sufren de manera muy especial. A medida que avanza la estación de las lluvias, las ruedas de las motos, las furgonetas y, sobre todo, los camiones marcan sus huellas cada vez a más profundidad y paulatinamente hacen casi intransitables las vías de comunicación. Algunos jóvenes encuentran la oportunidad de ganar algo de dinero cuando son requeridos para saca a los vehículos atrapados en el barro. El sueño de todos es toparse con un camión grande que haya que descargar para luego cavar a su alrededor y con tablas, palos, piedras y cuerdas sacarlo. Solo la pericia y paciencia de los conductores evita que muchas poblaciones queden aisladas durante este tiempo y que los mercados interrumpan su actividad.
En la aldea, niños y mujeres colocan tinajas y recipientes de plástico amarillo bajo los tejados para que la lluvia los llene y así ahorrarse algunos viajes hasta el río o la fuente. Los más pequeños se desprenden de la ropa y aprovechan para darse una ducha bajo la esquina que más agua vomita. Ríen, se persiguen, juegan y finalmente se enjabonan y se aclaran ante la urgencia de las madres para que vuelvan al resguardo de la casa y no pillen un resfriado o una malaria. El agua da vida a los mosquitos Anopheles que acechan ávidos de sangre.
El esfuerzo del campo y la escasez de comida debilitan los cuerpos y es fácil enfermarse. Las frutas han desaparecido, los graneros están casi agotados, la caza y la pesca se resienten. Es tiempo de hambre, pero también de esperanza, el agua renueva la vida y traerá pronto nuevas alegrías.
Fotografía: Javier Sánchez Salcedo