Tristeza

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John siempre había presumido de amar la agricultura. Desde pequeño trabajó limpiando los terrenos de la familia, plantando, espantando a los pájaros y animales que venían a comerse las mieses, recolectando y vendiendo en el mercado los excedentes. No le asustaba el duro esfuerzo que su ocupación le requería.

Le gustaba salir por la mañana temprano con sus ropas de trabajo. Su azada al hombro. Siempre alegre. Disfrutaba del contacto con la naturaleza. Se mostraba orgulloso de sus cosechas. Y, sobre todo, se enorgullecía de mantener a su familia y poder permitirse algunos pequeños caprichos. 

«Las cosas ya no son como eran», comenta. Las lluvias llegan tarde y se prolongan mucho más allá de cuando deberían terminar. La tierra no produce lo mismo que antes. El arroz apenas llega para alimentar a la familia. Menos para vender en el mercado. Lo mismo pasa con los cacahuetes, el maíz, la soja. El huerto de su mujer también se resiente. Los vegetales con los que adereza las salsas o necesitan mucho más riego que antes o salen a destiempo. Otras veces, las fuertes lluvias los anegan.

John ha tenido que rendirse a la evidencia. Ya no puede mantener a su familia con el trabajo del campo. Las dos hijas mayores están a punto de terminar los estudios de Secundaria. Él quiere que vayan a la universidad. Eso requiere un dinero que no tiene en este momento. Por eso ha pedido un préstamo al banco ofreciendo como garantía las tierras de su familia. Ha abierto un bar y una pequeña tienda donde su mujer, Mary, vende algunos productos básicos, desde latas de tomate o sardinas a chanclas. También cocina algo de arroz para ofrecer a los clientes.

«Un bar es siempre un negocio seguro. Siempre hay personas que quieren beber una cerveza o algo de licor», afirma -John. «Además, si también ofreces comida, es una apuesta ganadora». Pero quizás las cosas no son como él soñaba. Ahora compagina el trabajo en el campo con el negocio. Tiene que quedarse hasta que se van los últimos clientes. Normalmente, los más difíciles. Los que quizás se han pasado con la bebida son los que más prolongan la estancia y, a veces, crean problemas. Luego, por la mañana temprano, antes de que el sol levante, sale hacia sus campos y pasa la jornada cuidando de ellos. Al regresar al pueblo, se lava rápidamente y se junta con su mujer en el bar. Come algo de lo que ella ha cocinado y comienza a servir mesas y a atender comandas.

Se le ve cansado. Tiene ojeras. Ya no sonríe como antes. Parece que ha perdido la alegría que antaño exudaba. Le preocupa no conseguir el dinero que cada mes tiene que pagar al banco. Le produce desasosiego no poder ahorrar para que sus hijas estudien. Ha caído en una espiral de trabajar más y dormir menos. No logra borrar las preocupaciones. Pero se esfuerza, no ceja, porque sabe que va a conseguir salir adelante.



Fotografía: Javier Sánchez Salcedo


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