Ucrania y una diplomacia confusa

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Sudáfrica intenta posicionar una política exterior poco definida en los últimos tiempos



Por Liesl Louw-Vaudran desde Johannesburgo



La invasión rusa de Ucrania ha destapado algunas incongruencias de la política exterior sudafricana. A medio camino de Rusia –país con el que forma parte de los BRICS– y la UE –uno de sus principales socios políticos y comerciales–, el Gobierno de Ramaphosa intenta asentarse en un escenario internacional complicado y voluble.

A los turistas que visitaron Ciudad del Cabo a inicios de marzo de 2022 se les puede perdonar que pensaran que Sudáfrica apoyaba de todo corazón a Ucrania en su guerra contra Rusia. El histórico edificio del ayuntamiento, de principios del siglo XX, estaba iluminado con los colores de la bandera ucraniana en solidaridad con su población tras la invasión rusa del 24 de febrero. El apoyo, sin embargo, era un gesto del Ayuntamiento de Ciudad del Cabo, uno de los pocos municipios gobernados por la Alianza Democrática (AD), partido que intenta dejar atrás la imagen de que solo representa a la clase media blanca.

El Congreso Nacional Africano (CNA), en el poder, fue mucho más prudente en su reacción a la guerra, aunque algunos dentro del partido apoyaban abiertamente a Rusia. En el debate para lograr una resolución condenatoria a Moscú en la Asamblea General de Naciones Unidas el 2 de marzo, el Gobierno de Cyril Ramaphosa se abstuvo argumentando su adhesión a los principios de neutralidad. Además, frente a la resolución –que se aprobó el 24 de marzo–, Sudáfrica propuso una alternativa que excluía cualquier mención a la agresión rusa para centrarse en la necesidad de solucionar la crisis humanitaria ocasionada por la guerra. La propuesta fue rechazada y ampliamente criticada por la mayoría de los Estados miembros de la ONU.

Desde entonces, Sudáfrica y Ramaphosa han rechazado posicionarse en un conflicto que intensifica las divisiones e, incluso, ha tratado de presentarse como posible mediador por su posición neutral. En una visita a Sudáfrica del canciller alemán Olaf Scholz a finales de mayo, Ramaphosa condenó las sanciones contra Rusia y fue evidente su disconformidad con Scholz, quien calificó como «intolerable» la posición de algunos países que en la ONU se ponían del lado ruso.

La postura sudafricana ha irritado a sus aliados en la Unión Europea (UE), y eso que Bruselas es, junto a China y EE. UU., uno de los principales socios comerciales de Sudáfrica y apoya financieramente muchas iniciativas gubernamentales, de manera muy destacada las relativas a la transición energética. 

La guerra en Ucrania ha traído al primer plano la complejidad de la política exterior sudafricana y también ha evidenciado cómo sus disputas internas influyen en sus relaciones internacionales.


El presidente sudafricano interviene a través de un vídeo en la 76ª Asamblea General de la ONU el 23 de septiembre de 2021. Fotografía: Spencer Platt / Getty

¿Dónde se coloca Sudáfrica?

La profesora emérita de Ciencia Política en Pretoria, Maxi Schoeman, describe esta realidad como una «crisis de identidad» que dificulta pronosticar cuál será la posición del país en cuestiones internacionales. En un artículo sobre política exterior titulado ¿Quién decimos que somos y por qué importa?, Schoeman dice que Sudáfrica se ve a sí misma como un país africano del Sur global que defiende los temas de desarrollo y hace que se escuche la voz de África en el mundo, pero también como una potencia emergente. 

Sudáfrica, por ejemplo, ha tomado partido sobre el tema de la injusticia del sistema de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU. Es innegociable que África debería tener al menos un asiento permanente en este organismo. Sin embargo, en ocasiones, su postura en determinados temas se contradice con su reputación como un actor global y defensor de los derechos humanos y de la democracia. De hecho, -académicos y -analistas discuten desde hace tiempo cómo interpretar los intereses nacionales sudafricanos en su política exterior, porque nunca ha estado demasiado claro. ¿Habría que enfocarse en África y en liderar el continente con la máxima de «soluciones africanas para los problemas africanos», una visión que ha orientado muchas políticas del Departamento de Cooperación y Relaciones Internacionales? ¿O, por el contrario, prevalecen los intereses económicos de un país que es miembro de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y del G20, con una voz ciertamente importante cuando se trata de asuntos globales, y a menudo sobrevalorando su peso real?

Dentro del CNA hay un ala de intelectuales de extrema izquierda que presiona al partido y al país hacia una política exterior favorable a China, en contra de Israel y africanista, pese a que eso suponga apoyar en su momento a líderes autoritarios como el difunto presidente zimbabuense Robert Mugabe. Dicha tendencia pretende exponer la hipocresía occidental y también, a menudo, se muestra en desacuerdo con los países del África francófona por su aparente sumisión a la influencia francesa en el continente. Los grupos de presión antiMarruecos y pro Sahara Occidental son un buen ejemplo de ello. Por otra parte, las élites empresariales, gran parte de los medios de comunicación y los grupos de opinión del país tienden a menudo a priorizar los intereses económicos y usan enfoques basados en los derechos al hablar de política internacional. Se trata de grupos de presión y de votantes influyentes que serían más partidarios, por ejemplo, de apoyar a Europa en su enfrentamiento actual con Rusia. 

En muchas ocasiones, otros países africanos lamentan esta doble identidad de Sudáfrica, y en los pasillos de la Unión Africana (UA) en Adís Abeba, o en las reuniones de la Comunidad de Desarrollo de África Austral (SADC) dejan caer que el país no es suficientemente africano o que está secuestrado por los intereses de las élites blancas. Nadie comparte estas críticas en público, sobre todo porque Sudáfrica ejerce un importante poder en instituciones multilaterales africanas como la UA por el tamaño de su economía, su sofisticada diplomacia, la capacidad de sus misiones internacionales e incluso por el legado de Mandela y Mbeki. La UA, por ejemplo, aplaudió el papel de Ramaphosa como presidente de turno del organismo continental por su liderazgo en la crisis de la pandemia del coronavirus.


Protestas en un establecimiento de la cadena Woolworths en Ciudad del Cabo por la política israelí sobre Palestina. Fotografía: Ashraf Hendricks / Getty

Doble personalidad

En todo caso, estas reservas acerca de la dualidad de la política exterior de Sudáfrica representan solo dos extremos. En muchas ocasiones, la inequívoca personalidad sudafricana ha sido su punto más fuerte. El -expresidente sudafricano Nelson Mandela describió a Sudáfrica como un «puente» entre África y el mundo desarrollado. En la época de su sucesor, Thabo Mbeki, el país se quiso vender como la «puerta de África», con infraestructuras del primer mundo y una economía sofisticada.

Desde entonces han pasado muchas cosas y se han desarrollado otros centros económicos africanos en Nairobi (Kenia), Lagos (Nigeria) o Casablanca (Marruecos), pero muchas multinacionales aún prefieren situar sus sedes en Sudáfrica como trampolín hacia el resto del continente. 

Un gran éxito para el país ha sido su pertenencia al grupo BRICS, y quizá haya que considerarlo el único gran éxito en política exterior del -expresidente Jacob Zuma, más conocido por su corrupción. El grupo, que ya antes de la guerra de Ucrania había perdido en gran medida su brillo, no ha ofrecido mucho en los últimos 13 años salvo el Banco de Desarrollo de los BRICS, con sede en Shangai, que pretende convertirse en un actor importante del Sur global desarrollado capaz de competir en popularidad con el Banco Mundial.

La doble personalidad de Sudáfrica a veces es útil en su expansión económica en el continente africano, que supone un salvavidas para muchas compañías del país que han luchado en un entorno local de bajo crecimiento económico. Si miramos el número de empresas expandidas en el continente, Sudáfrica es uno de los principales inversores continentales junto a Marruecos y Nigeria. Esta expansión incluye desde empresas mineras de oro, platino o hierro hasta productos de bienes de consumo y servicios bancarios, seguros o turismo.

Cuando se viaja a las capitales de países vecinos como Gaborone (Botsuana), Maputo (Mozambique), Harare (Zimbabue) o Windhoek (Namibia) se tiene la impresión de estar visitando ciudades sudafricanas de tamaño medio. Las marcas sudafricanas se muestran omnipresentes y, gracias a la poderosa plataforma de canales por cable DSTV, sus programas de televisión también.

Es más, en Lusaka (Zambia), los centros comerciales construidos por empresas sudafricanas se han multiplicado en los últimos años y están llenos de productos enviados desde los centros industriales de Gauteng y Ekurulheni. Incluso se pueden comprar verduras importadas en el Woolworths local, una lujosa cadena sudafricana con productos premium para aquellos que quieren evitar los mercados locales.

Para llevar más lejos sus ambiciones africanas, Sudáfrica apoyó con fuerza la creación de la Zona de Libre Comercio Continental Africano (AfCFTA, por sus siglas en inglés), firmada por la mayoría de los Estados de la UA en 2018 y que entró oficialmente en vigor en 2021. La AfCFTA quiere crear un mercado de 1.300 millones de personas y promover el comercio intrafricano que en la actualidad es extremadamente bajo a causa de las estructuras económicas africanas, basadas en las colonias. Este lastre ha derivado en unas infraestructuras muy deficitarias y un enfoque centrado en la exportación de productos básicos. Los funcionarios y expertos sudafricanos trabajaron incansablemente fuera de los focos de la UA para asegurarse de que un antiguo funcionario del Departamento de Comercio e Industria sudafricano, Wamkele Mene, fuera nombrado secretario general de la AfCFTA.


Mayo de 2022. Varios ciudadanos pasan delante de un conjunto de carteles instalados en Adís Abeba con motivo de la 35ª Cumbre de la Unión Africana que se celebró en la capital etíope en febrero de este año. Fotografía: Eduardo Soteras / Getty

Apertura al oeste

Aunque Sudáfrica ya está vinculada a los países del sur y del este de África por varios tratados, la -AfCFTA le permitirá tener un acceso más sencillo a los mercados del oeste, sobre todo a Nigeria que, con más de 200 millones de habitantes, representa una perspectiva lucrativa para muchos inversores y comerciantes. Además, a Sudáfrica le puede servir la -AfCFTA para llegar a los países francófonos, como enfatizó Ramaphosa en una visita al oeste del continente en 2021, cuando pisó por primera vez Costa de Marfil y Senegal. Ese viaje, a principios de diciembre del pasado año, estuvo marcado por las nuevas prohibiciones impuestas a Sudáfrica tras el descubrimiento de una nueva variante de la COVID-19, la ómicron, en Sudáfrica. Las prohibiciones de viajes que impusieron Reino Unido y otros muchos países fueron devastadoras para la economía sudafricana, que esperaba turistas por primera vez en dos años durante la temporada navideña. Ramaphosa, enfadado porque no había ninguna evidencia científica de que las prohibiciones fueran a proteger a los europeos de la nueva variante –donde, de hecho, ya había llegado–, cargó en sus discursos contra lo que denominó un «apartheid COVID» impuesto a los países africanos. No es extraño, quizá, que el jefe del Estado sudafricano fuera reticente por ello a responder a la petición de solidaridad de Europa en su lucha contra Rusia.

En la reconfiguración de alianzas desde el inicio de la guerra y con la lucha de EE. UU. y China de fondo, Sudáfrica sigue siendo un importante aliado, pero no solo por ser una de las principales democracias africanas con una economía moderna, sino también porque el legado de Mandela aún persiste. Sin embargo, teniendo en cuenta su doble naturaleza y sus divisiones internas, que afectan a la política exterior, es difícil predecir qué significará su neutralidad cuando el próximo gran debate mundial exija que el país se posicione.   

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