Un día contra el racismo

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El 21 de marzo de 1960, miles de residentes del municipio sudafricano de Sharpeville se reunieron frente a la comisaría de policía local para protestar contra las leyes del apartheid. A pesar de ser pacífica, la protesta fue reprimida con fuerza y decenas de manifestantes fueron abatidos a tiros por la policía sudafricana. Las cifras oficiales hablaban de 69 personas muertas y 186 heridas, pero una investigación publicada en el año 2023 –Voices of Sharpeville. The Long History of Racial Injustice, de Nancy L. Clark y William H. Worger– elevó el número de víctimas mortales a 91 y el de heridos a 281. Pese a la tragedia, el Gobierno mantuvo el sistema de segregación racial. 

La indignación global que rodeó este acontecimiento no solo llevó a Naciones Unidas a declarar el apartheid como un crimen contra la humanidad, sino que lo ocurrido en Sharpeville fue el motivo por el que la Asamblea General declaró el 21 de marzo como el Día Internacional para la Eliminación de la Discriminación Racial. Sin embargo, más de medio siglo después de la matanza, la discriminación sobre la base del color de la piel sigue afectando a millones de personas en todo el mundo. 

De hecho, la masacre de Sharpeville fue solo una de muchas. En la década de los 70 tuvo lugar otro de los episodios más crueles del apartheid, cuando miles de estudiantes organizaron una marcha pacífica contra la imposición en las escuelas negras del afrikaans, la lengua de la minoría blanca. Ese día, la policía sudafricana mató a 566 adolescentes en el barrio de Soweto, en Johannesburgo.

De igual manera, y tras el fin de la esclavitud, grupos supremacistas blancos perpetraron masacres para restaurar la jerarquía racial en el continente americano. Tal es el caso, por ejemplo, de Tulsa, donde una multitud de personas blancas asesinó, la noche del 31 de mayo de 1921, a cientos de mujeres y hombres afroamericanos. Pese a representar uno de los peores incidentes de violencia racial de la historia de Estados Unidos, nadie fue juzgado por las muertes y el daño causado.

Todavía hoy, numerosos representantes políticos y medios de comunicación normalizan la violencia colectiva contra los cuerpos negros, especialmente en el contexto de la inmigración irregular. Así, en 2022, la frontera de Melilla dejó un rastro de 40 muertos y nos mostró la frontera sur de España como un lugar de impunidad donde las personas africanas que buscan refugio son golpeadas y gaseadas por las fuerzas y cuerpos de seguridad españoles y marroquíes. De modo similar, en 2014, los disparos efectuados por agentes de la Guardia Civil en la frontera del Tarajal, en Ceuta, provocaron la muerte de 15 migrantes que trataban de llegar a Europa por vía marítima. 

Las masacres de Sharpeville, Soweto, Tulsa, Tarajal y Melilla ocurrieron en diferentes épocas y en distintas regiones del mundo, pero todas ellas se saldaron con la impunidad de sus autores. Y aunque sus contextos parecen alejados unos de otros, se fundamentaron en los mismos patrones históricos de opresión que deshumanizan a las personas negras para justificar la violencia contra ellas. Así, podemos conectar los siglos de explotación colonial con las violencias raciales actuales y entender que solo combatiendo las causas estructurales del racismo lograremos un mundo de derechos universales para todas las personas. 

Por ello, cada 21 de marzo, no solo recordamos las vidas que se perdieron en la protesta sudafricana de Sharpeville, sino que honramos las de todas aquellas personas que han luchado de forma activa contra el racismo institucional a lo largo de la historia.



En la imagen superior, manifestación en Madrid el 1 de julio de 2022 contra el racismo institucional. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo



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