Un disfraz a medida

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«¿A que llamo al primo de Zumosol? Ya verás como venga». 

Para los que hemos hecho de las canas costumbre, la apelación a aquel muchachote que aparecía en plano contrapicado y con los brazos cruzados ante el malote de turno se convirtió en un toque de atención contra aquellos que se pasaban de la raya. Siempre podía haber un primo –un hermano, un padre o un amigo– que defendiera a la víctima ante cualquier tropelía.

Si los más débiles tiran del recurso del grandullón para protegerse, los cobardes y los canallas lo hacen para refrendar sus premisas o sus desmanes. En caso de dudas o de miedos, se parapetan detrás del individuo grande y de brazos cruzados para intimidar al otro o para tratar de justificar lo inexplicable. De algún modo, el Gobierno de Dinamarca ha pedido a su primo mayor, en este caso la Unión Europea, que avale su deseo de enviar solicitantes de asilo a Ruanda. Con independencia de las reticencias o la negativa de los partidos de izquierda que apoyan al Gobierno de Mette Frederiksen, Copenhague sigue adelante con una idea que ya comenzaron a fraguar hace dos años. En junio de 2021, el Parlamento danés votó a favor de la creación de centros en terceros países para reenviar allí a los solicitantes de asilo y antes de las elecciones de noviembre pasado, la primera ministra dejó claro que esta era una de sus prioridades. No han cambiado de opinión y, además, la ley, su ley, ya les permite hacerlo. Tan solo quieren que el primo, el grandullón, avale esa vergüenza.

Copenhague aguanta la respiración hasta que aparezca –si es que lo hace– el primo europeo. Desde fuera también se contiene la respiración, aunque por otro motivo. Viendo cómo se las gasta el chico del plano contrapicado en temas migratorios, casi mejor que no llegue o que no se pronuncie. Las fronteras, para Europa, son ese escenario inviolable donde sistemáticamente se repele, se expulsa o se somete a las personas que quieren pisar suelo continental. Llegado el caso, si Bruselas avala lo que quiere Dinamarca, la decisión ya no será solo de los daneses. La decisión, de algún modo, la habremos respaldado todos. Los europeos nos habremos vestido, una vez más, con camiseta de manga corta e, indiferentes, nos habremos cruzado de brazos ante el más débil. Nos habremos colocado, de nuevo, el disfraz de matón.




Imagen: 123RF

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