Un presidente contra pronóstico

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Kenia: la economía y las desigualdades, principales retos de William Ruto


Por David Soler Crespo desde Nairobi (Kenia)


Sus detractores le tildan de populista, y enfatizan sus orígenes humildes a pesar de ser multimillonario. Su meteórico ascenso a la presidencia habla de un hábil político y empresario.



A finales de la década de los 70, un preadolescente vendía descalzo gallinas a nueve céntimos de euro la pieza en la Gran Carretera del Norte a los camioneros kenianos que conducían de la capital al interior del continente. Con lo que obtenía se pagaba los estudios y labraba su futuro. Más de 40 años después, ese niño gana 12.500 euros al día con los huevos que ponen 200.000 gallinas en su granja. Esa historia de persona de origen humilde hecha a sí misma le ha valido a William Ruto para llegar a la presidencia de Kenia tras vencer en las elecciones del pasado agosto con un 50,49 % de los votos frente al 48,85 % de su rival, Raila Odinga. Ruto ha convencido a una mayoría de los votantes kenianos de que, en el fondo, sigue siendo ese niño que sabe qué cuesta salir adelante a pesar de ser multimillonario, llevar 30 años en política y nueve en la vicepresidencia del país.

Su lema de campaña ha sido «Hustler Nation», una «nación emprendedora», una traducción inexacta que se refiere a todas esas personas ambiciosas por tener un futuro mejor que emprenden por sí solas ante la imposibilidad de encontrar un trabajo. En Kenia, el 83 % de la población vive del sector informal, es decir, sin un contrato ni seguridad laboral y con la necesidad de buscarse la vida para tener qué comer. 

A ellos Ruto les promete solventar una situación cada vez más insostenible con el aumento del nivel de vida. En julio de 2022 la inflación llegó al 8,3 %, récord del último lustro, impulsada por un aumento del 15,3 % en el precio de los alimentos. El quinto presidente en la historia de Kenia como país independiente ha prometido un programa de créditos por valor de 417 millones de dólares para sus hustlers con el fin de que puedan desarrollar sus ideas de negocio. 

Lo que todavía no ha dicho es quién entra dentro de esa categoría ni de dónde sacará el dinero. El país, después de multiplicar por cinco su deuda en los nueve años de gobierno de Uhuru Kenyatta –con Ruto como su segundo–, hasta el 70 % del PIB, es el sexto en mayor riesgo de impago de deuda del continente. A pesar de su participación, el nuevo presidente ha sabido distanciarse de ese criticado legado económico con un desarrollo  que no ha llegado a la mayoría de la población y ha prometido un cambio económico «de abajo a arriba», al contrario que su jefe hasta ahora. 

Puesto de peaje en la Nairobi Expressway, cerca de la capital. Esta autopista es una de las principales infraestructuras que está desarrollando Kenia en la actualidad. Fotografía: Esimon Maina / Getty

Inversiones y transparencia

Las grandes inversiones en infraestructura, como el ferrocarril -Madaraka Express –para transportar carga del interior del continente al puerto de Mombasa–, o la Nairobi -Expressway –para potenciar el comercio por Nairobi– son algunos de los ejemplos. La mayoría han sido financiadas por China, a quien el nuevo presidente también ha utilizado de chivo expiatorio. Ruto prometió en campaña hacer públicos los contratos con empresas chinas e incluso llegó a decir que expulsará a quienes quitasen trabajo a ciudadanos kenianos. «Dejen que los chinos vendan maíz tostado y móviles. Los deportaremos a todos a su país», dijo en público.

Una transparencia en el Gobierno que no se ha aplicado a sí mismo. Ruto no ha confirmado su patrimonio a pesar de que el ministro del Interior hizo públicos los activos del nuevo presidente tras una petición parlamentaria, en lo que calificó como una «auditoría ilegal», aunque admitió que en un 70 % era exacto. Esos datos hicieron visibles sus propiedades y negocios -multimillonarios, entre los que están dos hoteles, una empresa energética, media docena de casas y cinco helicópteros con dos hangares para guardarlos, además de miles de acciones en empresas estratégicas como la de telecomunicaciones Safaricom y la aerolínea Kenya Airways.

Sus críticos le han acusado de ser un político populista de manual. En abril de 2018 fue a Kambi Kuku, en el condado de Uasin Gushi, donde -creció. Allí se puso a coger gallinas como hacía de joven. Ya entonces comenzaba a perfilar su campaña como el candidato del pueblo contra las élites tras una traición inesperada: en 2018, Kenyatta estrechó la mano de su rival Odinga para acabar con la tensión poselectoral, garantizando su segundo mandato a cambio de un apoyo tácito en las elecciones de 2022. ¿Quién salió perjudicado? Ruto. 

El vicepresidente se quedaba solo, pero supo maniobrar y hacer de una desventaja su punto fuerte. Lo explica él mismo: «Kenyatta es hijo del expresidente (Jomo Kenyatta), Raila Odinga del exvicepresidente (Jaramogi Oginga Odinga). Entonces, cuando me miran, me preguntan: “¿Y tú, quién diablos eres?”», decía entre risas, en una entrevista en la CNN, tras vencer. «He llegado a aceptar que tal vez sea un don nadie, pero queremos hacer de este país el país de todos».  

Ruto ha sabido posicionarse como alguien cercano al pueblo comparado con Kenyatta y Odinga, a quienes ha tildado de hijos de papá criados en palacio y alejados de la realidad de la calle. En 2013, en campaña para convertirse en presidente, Kenyatta fue preguntado por el valor del pan en la calle, a lo que dijo que unos 300 chelines kenianos, una cifra muy inflada. En 2022, esto todavía influía: «Ruto sí entiende lo que puede llegar a valer un brick de leche, el otro partido no», dijo Patrick, un joven seguidor suyo que celebraba la victoria de su candidato en Nairobi.


Un guardia de seguridad lee el periódico en el centro financiero de Nairobi antes de la resolución del Tribunal Supremo sobre los resultados electorales. Fotografía: Donwilson Odhiambo / Getty


Alianzas contra natura

La inesperada unión de Kenyatta y Odinga hizo también que se diera una situación extraña en la que a este último se le asociaba con el Gobierno, a pesar de ser el opositor, y a Ruto como el outsider contra el poder, a pesar de ser el vicepresidente. Ese papel lo supo explotar posicionándose como un candidato alejado de la élite política, a pesar de llevar 30 años en ella.

Ruto entró en política a principios de la década de los 90 en las juventudes de la Unión Nacional Africana de Kenia, el partido en el poder. Lo hizo para apoyar en las primeras elecciones multipartidistas al autoritario expresidente Daniel arap Moi. Ambos provienen de la misma etnia, la kalenjin, la tercera más grande del país, y Ruto no dudó en sumarse a la represión utilizada en 1992 para asegurar su continuidad en el poder. Ese pasado y su perfil hacen que algunos kenianos le vean como una potencial amenaza para la democracia. «No votaría a Ruto, tengo miedo por su personalidad, que sea un dictador, un nuevo Moi», dijo Eva Atieno tras votar en su colegio electoral.

A pesar de ello, Moi no le mostró su apoyo en el futuro, en parte por no estar conectado políticamente. Aún así, Ruto se sobrepuso y salió adelante: en 1997 consiguió ser diputado nacional contra el candidato de Moi, y en 2002 este dio su apoyo a Kenyatta para relevarle como aspirante a presidente.

La astucia para manejarse en las frágiles alianzas políticas es uno de sus puntos fuertes. Cuando en 2007 no consiguió que le nombraran candidato presidencial, decidió abandonar el partido y unirse al que ha sido en estos comicios su rival, Odinga. Ruto y Kenyatta eran entonces rivales y fueron identificados como figuras clave para espolear una violencia poselectoral que llegó a dejar 1.333 muertos y 650.000 desplazados, según el informe realizado años después.

 

Absueltos en el TPI

En 2011, El Tribunal Penal Internacional inició un proceso contra ellos por crímenes contra la humanidad, del que tuvieron que responder en La Haya y por el que se enfrentaban a potenciales penas de cárcel. Ante esa situación, decidieron unir sus destinos y concurrir juntos a las elecciones de 2013. Un año después de ganar, los jueces del TPI cerraron el caso contra Kenyatta, y dos más tarde el abierto contra Ruto, alegando que muchos testigos se habían retirado y acusando de «intimidación política» a los involucrados.

Su última gran maniobra ha sido convencer a la mayoría kikuyu de que él era su mejor opción para el futuro y no el nuevo aliado de su otrora líder y coétnico Kenyatta. En unas elecciones donde no había ningún kikuyu como candidato, el voto se consideraba dividido, pero Ruto ha sabido conseguir más del 70 % del apoyo en los cinco condados de la región central del país, donde son mayoría. A su favor ha ido la crítica a la economía, especialmente de los ganaderos, que han visto cómo la empresa Brookside Diary de -Kenyatta no les aumentaba el pago por el litro de leche a pesar de casi triplicar el precio final al consumidor. Ahora falta ver si Ruto no les estrangulará con el precio de los huevos.

El nuevo presidente deberá lidiar con la difícil situación económica y ofrecer resultados a los más de siete millones de kenianos que le han votado. Estos confían en el jefe hustler, a pesar de que esa palabra en algunos países se traduce como «estafador». «Por supuesto, no me refiero a eso», aclaraba Ruto entre risas.   





Para saber más



Por Alfonso Armada

El músico y compositor Eric Wainaina y un tema como When darkness comes (Cuando llega la oscuridad), puede ser una buena manera de empezar a adentrarse en la Kenia de nuestros días. Wainaina es una de las figuras (fuentes) de las que se sirvió el periodista Javier Triana para urdir Matumbo. Una crónica de las entrañas de Kenia (Libros del K.O.), una de las aproximaciones más recientes y felices a Kenia en español. 

Para conocer la complejísima realidad keniana, uno de los libros más lúcidos y reveladores es de Michela Wrong. En Ahora comemos nosotros. La historia de un luchador contra la corrupción en Kenia (Fundación Oxfam): «¿Puede un solo hombre acabar con décadas de corrupción? John Githongo lo creyó así cuando fue elegido para velar por la honestidad del nuevo Gobierno de Kenia, en 2003. No pasó mucho tiempo antes de que descubriera que las promesas de transparencia y democracia del nuevo presidente, Mwai Kibaki, eran solo palabras vacías». Además, también muy recomendables: Histories of the hanged. The dirty war in Kenya, de David Anderson, y Kenya. Between hope and despair, 1963-2011, de David Branch.

No podemos caer en el lugar común de que la historia se repite, aunque en Kenia hay vicios demasiado arraigados. Por eso, no podemos obviar la obra del formidable Ngugi Wa Thiong’o, muchos de cuyos excelentes libros (tanto de ficción como ensayos) están traducidos, desde Descolonizar la mente (Debolsillo) a El brujo del cuervo (Alfaguara), pasando por Nace un tejedor de sueños. El despertar de un escritor ; Sueños en tiempos de guerra. Memorias de infancia; y En la casa del intérprete (los tres en Rayo Verde). Volver a Karen Blixen y sus Memorias de África –también en el cine, dirigida por Sydney Pollack– siempre es oportuno, como a Charles Miller y El tren lunático (Ediciones del Viento), sin olvidar la ­labor de Wangari Maathai, que cuenta por ejemplo Laila de Ahumada en Wangari Maathai: Plantar árboles, sembrar ideas (Akiara).

Aparte de documentales como Kenya: White Terror (BBC) o End of Empire. Chapter 12: Kenya (Granada TV), hay películas kenianas que vale la pena revisar o descubrir, desde Nairobi Half Life, de David Tosh Gitonga, a Supa modo, de Likarion Wainaina, pasando por Rafiki, de Wanuri Kahiu, o 18 Hours, de Njue Kevin. Eso sin olvidar clásicos como Nacida libre, de James Hill; Las Montañas de la luna, de Bob Rafelson; En un lugar de África, de Caroline Link; El jardinero fiel (inspirada en una novela de John le Carré), de Fernando Meirelles; y Mogambo, de John Ford.

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