Publicado por Javier Fariñas Martín en |
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Un paseo por el barrio de Mafalala, en Maputo
Un pequeño plano, sobre fondo granate, te da la bienvenida a Mafalala, uno de los barrios más populares de la capital mozambiqueña. Su historia y las manifestaciones culturales que allí han surgido, han salvado a este populoso enclave de convertirse en un suburbio más del continente africano.
Humberto Luis es uno de los cerca de 25.000 habitantes de Mafalala, uno de los barrios más populares de Maputo, la capital de Mozambique. Regenta una tienda de esas que antes llamábamos de ultramarinos, en la que vende tanto productos de limpieza, como refrescos, comida envasada o cualquier vianda que se pueda necesitar en un momento determinado. En la calle, sin asfaltar, corre un reguero de agua justo delante de la puerta de entrada, por lo que hay que dar un pequeño salto para entrar.
Pero con Humberto no hablamos del precio de la cesta de la compra, ni de la caída del valor del metical. Pegamos la hebra para hablar de música. En concreto de su música. Saca de su bolsillo un teléfono de gran tamaño, se conecta a Youtube y nos muestra uno de sus últimos vídeos musicales. El tema se llama Mereço, y cuesta identificar al cantante rutilante, que porta traje rojo brillante y oscila entre el lujo y la ostentación, con el dependiente de la tienda de Mafalala. Con música y letra compuesta por este mozambiqueño, padre de una hija, los arreglos musicales y la edición del videoclip se han gestado entre Francia y Holanda. Asegura que la mayoría de sus seguidores están en España, Luxemburgo y Portugal pero, con desazón, reconoce que es difícil vivir de la música en Mozambique. Por eso lo de la tienda. Por eso lo de no querer que le hagamos fotos –para no romper la imagen que tiene en las redes sociales–. Por eso lo de mantener a toda costa el sueño en un barrio en el que, por qué no reconocerlo también, soñar no es complicado.
Lourenço Marques, la capital
La historia de Mafalala está muy ligada al desarrollo de una ciudad que ahora se llama Maputo, pero que entonces se denominaba Lourenço Marques. Su crecimiento tuvo mucho que ver con el puerto, uno de los principales del África austral. La explosión económica y demográfica que sufrió la zona a causa del tráfico marítimo tuvo diversas consecuencias, no todas con el mismo impacto ni con similares consecuencias. Una de ellas, quizás la más importante, tuvo lugar a finales del siglo XIX, cuando se produjo el traslado de la histórica capital del país, Ilha de Moçambique, hasta Lourenço Marques. Otra, de carácter interno, fue la organización de una ciudad que crecía y crecía, en la que se mezclaban ciudadanos de todas las partes del país y del mundo, y en la que de algún modo había que mantener la jerarquía.
Los portugueses decidieron delimitar quién debía vivir en cada parte de la ciudad. Con el simple uso de un compás, a partir del puerto marítimo, delimitaron dos zonas: la más cercana al puerto, la zona del comercio, la de las comunicaciones fáciles y el dinero exuberante quedó acotada para los colonos y los más pudientes. Casas bien organizadas. Avenidas. Bulevares. Comodidades… Más allá de ese trazo, quedó la ciudad de lata. Más allá de la marca del compás quedaron las casas que podían –y debían– ser construidas solo con madera y cinc. Estaba prohibido construir con otros materiales. Las diferencias económicas que pudiera haber entre los vecinos de Mafalala, que las había, venían dadas por el tamaño y por la ubicación de la casa. Cuanto más grande y cuanto más cerca de la frontera, mejor clase social. Cuanto más alejado de la linde y metido en callejuelas más estrechas e intrincadas, significaba pertenencia a un estrato inferior.
La gente que no tenía capacidad económica de tener una casa en la ciudad, o por nacimiento u origen no podía hacerlo, debía habitar en Mafalala. Negros, mestizos, asimilados o indígenas constituían la población de la ciudad de lata, de la que podían entrar o salir si estaban en disposición de la denominada ‘cartilla indígena’, en la que se indicaba quién era tu empleador, y a qué hora comenzaba y terminaba el trabajo. Si te pillaban dentro de Lourenço Marques sin documentación te encarcelaban y podías ser deportado a Santo Tomé o Angola.
“El Gobierno colonial decide dividir la ciudad porque no quería una mezcla de razas, no quería una mezcla entre blancos y negros, entre tradiciones africanas y europeas”, cuenta Samuel Chembene, uno de los guías de la Asociación IVERCA, que pretende revitalizar uno de los barrios históricamente más marginados de la capital mozambiqueña. Teniendo tan cerca el ejemplo de la segregación racial sudafricana, la pregunta es obvia. ¿Se trataba de una forma de apartheid? Chembene entiende que no: “Era un apartheid inclusivo porque había asimilados, mestizos… No se trató de separar de forma drástica”.
Apartados de los escenarios donde se toman las decisiones y se mueve el dinero, los habitantes de Mafalala, procedentes de infinidad de culturas, tradiciones y lugares, comenzaron a ver cómo fraguaba en sus calles una riqueza cultural e histórica singular y prolífica.
Una de las principales vías de acceso al barrio es la Rúa de Guinea. A partir de ahí, y en un laberinto de suelo de tierra, infraestructuras precarias y un sinfín de casas de madera y cinc, te encuentras con la casa en la que residió durante un tiempo Samora Machel, el padre de la patria, el líder al que todavía hoy muchos echan de menos. Está, curiosamente, a pocos metros de la tienda de ultramarinos de Humberto Luis, el cantante que entre composición y composición se gana la vida vendiendo de todo en el pequeño comercio familiar.
Un barrio de poetas
En Mafalala también vivieron dos de los grandes de la poesía mozambiqueña, Noémia de Sousa y José de Craveirinha, este último también primer poeta negro en ganar el premio Camões de Literatura. Su obra, de marcado carácter social, comienza a servir de reclamo para otros poetas que vienen a Mafalala, y que en 1930 firman un manifiesto que pide la independencia de Mozambique. El recuerdo de ambos no se pierde. Uno de los muchos grafitis que ilustran este barrio, a través del cual se podría recorrer la historia del país, pone juntos los rostros –y dos de los poemas– de Noémia y José. Ahí, para que la gente no los olvide cuando van o vienen del trabajo, del colegio, del mercado, del día a día.
En esa esquina, también la pintura reconoce la importancia del Brado Africano, el primer periódico que hablaba solo de los negros de Mozambique. En este periódico, el también poeta Virgil de Lemos, escribió un artículo en el que comparaba la bandera portuguesa con una capulana verde y vermelha (roja). Aquello fue un insulto para la colonia, por comparar el mayor símbolo del país con una capulana, la tela tradicional africana que usan las mujeres para vestirse. Fue encarcelado.
Con menos nombre que los poetas o el periódico, las mujeres macúas del barrio han constituido la Asociación Tufo de Mafalala para defender su tradiciones y mostrar a los cada vez más numerosos visitantes algunas de las danzas típicas del norte del país.
Estas mujeres, pertenecientes a una sociedad matriarcal, son uno de los símbolos de este barrio, del mismo modo que lo es Eusebio, la Pantera Negra, uno de los grandes de la historia del fútbol. El histórico jugador del Benfica, fallecido en enero de 2014, nació y vivió en Mafalala. Por eso en el barrio no podía faltar un campo de fútbol. En concreto, el conocido como estadio nacional de Mafalala. Es un campo de tierra, donde un grupo de niños juegan a ser como Eusebio. O, al menos, a intentarlo, como ese lanzador de un penalti que coloca el balón muy por encima del larguero desde el que, por cierto, dos jóvenes aprendices contemplan la jugada.
Héroes y campeones
El poeta José Craveirinha escribió una vez que “vengo de un país sin nombre, de futuros héroes y campeones olímpicos”. Algo de eso se ha cumplido ya en Mafalala. Algo de eso queda todavía pendiente. Y eso es lo bueno de los sueños; en este caso los de un barrio que nació bajo el trazado de un compás, pero que sabe escribir la historia de todo un país desde unas calles embarradas, estrechas y vivas, siempre vivas.
Con palabras diferentes al poeta, y una inexcusable dosis de buen humor mozambiqueño, Mateus Almeida, un sacerdote sacramentino, hijo también de Mafalala, habla de su barrio. “Aquí tenemos de todo: ladrones, prostitutas, pintores, escultores, futbolistas… Hasta curas. Tenemos de todo”.
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