Una ciudad inestable

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El desarrollo de las ciudades condiciona las tradiciones y costumbres de sus habitantes


Por P. Jean-Pierre Bwalwel



Cuando República Democrática de Congo alcanzó la independencia en 1960, su capital, Kinshasa, tenía una población de unos 400.000 habitantes. Hoy se estima que puede llegar a los 17 millones. El crecimiento acelerado y la incapacidad de la ciudad para responder a las necesidades de un hábitat adecuado para sus ciudadanos repercute en la vida de las personas y de las familias.

La historia colonial de República Democrática de Congo se remonta al siglo XV con la llegada de los portugueses, pero los acontecimientos que más han determinado la evolución del país y de su capital, Kinshasa, fueron, sobre todo, la Conferencia de Berlín –celebrada del 15 de noviembre de 1884 al 26 de febrero de 1885– con el nacimiento del Estado Independiente de Congo en manos del rey de los belgas, Leopoldo II, y la adopción de la Carta Colonial de 1908, con el establecimiento del control tutelar de Bélgica.

El acta de Berlín reconocía los deberes administrativos, políticos y morales del Estado Independiente de Congo. Estos últimos consistían, esencialmente, en luchar contra la esclavitud e inculcar a los africanos las nociones de una moral superior. Sin embargo, como numerosos autores han demostrado, lo que realmente preocupaba a Leopoldo II no era tanto el descubrimiento del interior de África ni la abolición de la trata de esclavos, sino crear un imperio personal que satisficiera su sed de poder y sus intereses personales para hacer fructificar la considerable fortuna personal –15 millones de francos oro– que le había legado su padre.

En consonancia con este espíritu, nunca expuesto con claridad pero efectivo y seguido con método y coherencia, el enclave fundado el 1 de diciembre de 1881 y bautizado en 1882 como Léopoldville, se convirtió en una ciudad mercantil dominada por los «civilizadores». En 1929 pasó a ser la capital del entonces Congo Belga, y en 1967, la ideología de estado de l’authenticité de Mobutu la rebautizó con su nombre actual: Kinshasa.


En primer plano, busto de Leopoldo II en los almacenes del Museo Nacional de Kinshasa. Fotografía: Junior D. Kannah / Getty

Organización del espacio urbano

La forma dada a la ciudad de Léopoldville revela con nitidez que fue planificada con una clara separación entre el distrito reservado a los blancos, y el de los nativos. Esta organización dualista fue seguramente copiada de las colonias británicas, y su marcada separación social en dos entidades antagónicas (-blancos/negros) condujo al poder colonial, inevitablemente, a tener un fuerte dominio sobre el espacio urbano.

Alrededor del puesto colonial de Léopoldville aparecieron factorías, puestos comerciales, complejos administrativos y zonas residenciales para los blancos, además de la sede del poder y las viviendas de la clase dirigente. Desde este lugar se tiene una maravillosa visión general de la ciudad y de su situación. Es un espacio muy eficaz para mantener el lugar bajo control. Rodeando este primer conjunto se encontraban antiguas aldeas y nuevas extensiones donde residían los nativos, generalmente en zonas bajas y llanuras que se inundaban fácilmente durante la estación de las lluvias. En la mente de los ocupantes europeos, estos lugares eran considerados un depósito de mano de obra. Más tarde, con el desarrollo del flujo migratorio, se convertirían en los núcleos de las primeras ciudades autóctonas, que nacieron sin tener un programa urbanístico, en el sentido moderno del término.

El geógrafo y escritor francés René de Maximy tenía razón cuando escribió a propósito de Kinshasa y de otras ciudades congoleñas: «Sea como fuere, tal y como lo practicaron los belgas, el principio de distribución espacial de los asentamientos humanos específicos marcó la fisonomía urbana desde el principio. Es la zonificación antes del término: barrios para los europeos, ciudades para los africanos… (…) La relación se basa en los términos de un binomio económico. Por un lado, el empleo y los dueños de la producción, y por otro, la fuerza de trabajo y los servidores de la producción».

Sin embargo, aunque los principios no fueron buenos, sería ilusorio imputar a los colonizadores todos los problemas urbanísticos de Kinshasa. Prueba de ello es que 62 años después de la independencia del país, los problemas persisten y se han agravado, apareciendo otros nuevos.


Una madre con su hijo en un hospital de la capital congoleña. Fotografía: Eduardo Soteras / Getty


Corolarios éticos

Hoy en día, los límites de Kinshasa, convertida en ciudad-provincia, se han ampliado sobre 24 municipios, incluyendo Maluku al este –que va más allá de la meseta de Bateke, el río Mai-Ndombe y la localidad de Mbakana, a 130 kilómetros de distancia–. Hacia el sur, Kinshasa se -extiende hasta N’djili Brasserie y el río Lukaya, a unos 40 kilómetros. Al oeste, la ciudad crece hasta Mitendi, unos 25 kilómetros hasta el límite con la provincia de Congo Central. Sin embargo al norte, el río Congo ha servido de tapón y ha mantenido la ciudad dentro de los límites que tenía en 1881. Con todo, la superficie de la ciudad-provincia de Kinshasa alcanza actualmente los 9.968 kilómetros cuadrados.

Esta expansión física ha venido de la mano del crecimiento demográfico. Kinshasa contaba en 1925 con 25.000 habitantes, 50.000 en 1940, 100.000 en 1945, 200.000 en 1950 y 400.000 en 1960. La población ha seguido duplicándose cada ocho años con una tasa de crecimiento del 9 % y las estimaciones actuales hablan de unos 17 millones de habitantes. Este crecimiento, puesto en relación con el caótico hábitat urbano, tiene incuestionables implicaciones éticas.

En primer lugar, la armonía que existía entre la familia y el hábitat en la sociedad tradicional se ha deteriorado en una ciudad como -Kinshasa, fragmentada por la escasez de viviendas y su expansión galopante. El espíritu comunitario se ha desintegrado y ha sido sustituido por el individualismo traído por el colonizador y acentuado por los antivalores. Los lazos de parentesco que antaño eran tan coherentes en la sociedad y en la comunidad tradicional se deterioran con facilidad en la ciudad. Esta ruptura afecta enormemente a las familias urbanas, donde los -individuos se ven atrapados por costumbres y usos «extranjeros» propios de otros continentes o grupos étnicos. El éxodo rural incontrolado para calmar la angustia existencial, así como la promiscuidad de la ciudad han arruinado rápidamente muchos principios morales.

Ruptura cultural

Los aspectos culturales son muy persistentes y la vida comunitaria –tal como se vive todavía en las zonas rurales– influye también en las zonas urbanas. La solidaridad o cohesión que une a los miembros del clan entre sí hace que sea difícilmente concebible que una familia viva en la abundancia o simplemente con más de lo necesario mientras que sus hermanos de comunidad languidecen en la pobreza. La interdependencia comunitaria de las culturas africanas valora por ello el sentido del compartir y el apoyo mutuo. Así, en la vida cotidiana, son habituales los gestos de solidaridad mediante la ayuda directa o indirecta cuando las circunstancias de la vida lo requieren: matrimonio, nuevo nacimiento, escolarización de los hijos, enfermedad, duelo, encarcelamiento, recepción en Kinshasa de miembros venidos del terruño, etcétera. Víctima de su propio crecimiento y del rápido aumento de la población, la capital no solo se ve asfixiada e incapaz de responder de forma adecuada a esta exigencia moral de la cultura de sus habitantes, sino que su día a día desestabiliza a muchas familias que viven económicamente con lo justo o que no pueden ahorrar de cara al futuro porque deben responder a las necesidades de los miembros de la comunidad.


Fotografía: Lwanga Kakule Silusawa / MN

Viviendas precarias

La familia, que es la célula básica de toda sociedad, se ve alterada en una ciudad como Kinshasa e incluso la vida en pareja y la llegada de los hijos deja de contemplarse como una bendición para convertirse en una problema a afrontar. Son varias las causas de la desintegración familiar en la capital congoleña. En primer lugar, muchas familias viven situaciones de pobreza y carecen de los medios básicos para la supervivencia, como alimentos, trabajo y medicamentos. A ello se añade la precariedad de las viviendas, que privan a las familias de un espacio vital adecuado y asfixian su vida íntima.

La abundancia de viviendas espontáneas es algo característico en numerosos barrios de la capital. Muchas familias viven bajo el mismo techo, en un espacio exiguo. Los ocupantes de estos espacios no son solo los padres y sus hijos, sino que con frecuencia están acompañados  por otros miembros de la familia. No es raro compartir cama con otras personas, o incluso encontrar a individuos que duermen en el suelo o en los sillones porque el pequeño tamaño de las habitaciones y la escasa superficie habitable dificultan que cada miembro de la unidad familiar disponga de un espacio vital adecuado.

Tampoco es raro que los padres compartan la misma habitación con sus hijos, tanto niños como niñas, en ocasiones con una edad ya avanzada. Esta situación puede tener repercusiones en la vida de la pareja, que ve invadido su espacio más íntimo, lo que provoca en ocasiones el abandono del hogar. Las infidelidades vienen alimentadas muchas veces por el hábitat inapropiado en el que se desarrolla la vida familiar y conyugal. Otras veces, la ruptura conyugal se manifiesta por la ausencia prolongada del hogar de uno o de ambos progenitores, rompiendo la armonía familiar y convirtiendo a los hijos en las primeras víctimas de la crisis.

Fenómeno chegués

En Kinshasa, como en la mayoría de los centros urbanos, la situación de los niños y los jóvenes es difícil. Algunos de ellos –-generalmente chicos, pero también chicas–, por falta de condiciones aceptables para su desarrollo humano, abandonan a sus familias para engrosar las filas de los conocidos en la jerga de Kinshasa como moineaux, phaseurs o chegués, es decir, niños y niñas de la calle. Numerosos en Kinshasa, se dedican todo el día a pedir dinero para sobrevivir, a robar en mercados o coches y asaltar a los transeúntes para sustraerles sus bolsos o teléfonos móviles. 

Es un hecho que la expansión anárquica de la capital de República Democrática de Congo y el rápido crecimiento de su población está desestabilizando a las familias, célula básica de la sociedad, y provocando cambios culturales con la entrada en juego de numerosos antivalores. En este contexto de crisis, los problemas deben afrontarse juntos. Las autoridades civiles, la Iglesia, la sociedad civil y las asociaciones de los barrios están invitadas a colaborar para encontrar soluciones -adecuadas.  

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