Violencia sexual contra mujeres y niñas y conflicto armado: una ecuación que nunca termina

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Violaciones y otros tipos de violencia sexual cometidos en la guerra aumentaron un 50% en 2023. Se trata solo de los episodios verificados. Lo que indica que el incremento puede ser mucho mayor. Gran número de ellos no han sido denunciados. La guerra, la falta de organismos ante los que hacerlo, el miedo y la intimidación, lo impiden en la mayoría de las ocasiones. El 95% de los casos involucró a mujeres y niñas. Y el 32% a menores, siendo las niñas las más afectadas. Igualmente, se han registrado incidentes de violencia sexual contra personas lesbianas, gais, bisexuales, transgénero, queer e intersexuales.

Estas cifras se extraen del informe anual de la Representante Especial del secretario general de Naciones Unidas sobre la violencia sexual en los conflictos, Pramila Patten. Presentado a finales de abril, denuncia que «las armas siguen llegando a poder de los perpetradores, mientras que la mayoría de las víctimas permanecen con las manos vacías en lo que respecta a reparaciones y resarcimiento».

El documento enumera 58 grupos armados y ejércitos nacionales sospechosos de cometer o ser responsables de violencia sexual. Más del 70% son reincidentes. Llevan cinco o más años apareciendo en la lista. Además, ha habido un nivel sin precedentes de acciones para silenciar a los sobrevivientes de las agresiones sexuales (matar a las víctimas, por ejemplo) y de amenazas a defensores de los derechos humanos. El informe señala, en particular, a tres países africanos: República Democrática de Congo, Sudán (de manera especial en Darfur, aunque no solo en esta región) y Sudán del Sur. En ellos se cometen el mayor número de crímenes de este tipo. Sin embargo, no son los únicos. Todos aquellos en los que existe una contienda registran casos similares.

El informe documenta, igualmente, cómo la violencia sexual ha restringido el acceso de las mujeres a los medios de vida y de las niñas a la educación. También provoca, en muchos casos, su desplazamiento. Se cita como ejemplo el este de la República Democrática de Congo. Allí, el clima de inseguridad física, unida a la alimentaria, ha llevado a muchas mujeres y niñas desplazadas a la prostitución. La falta de otros recursos para sobrevivir las conduce a esa situación. Mientras, los perpetradores siguen beneficiándose y enriqueciéndose gracias a la economía y negocios que genera la guerra.

La historia de la humanidad está plagada de conflictos armados. En todos ellos ha existido, y sigue dándose, violencia sexual contra las mujeres y niñas. También en los actuales. Los civiles son objeto de ataque cada vez con mayor frecuencia. Todos están expuestos a las mismas violencias. Sin embargo, las mujeres sufren agresiones específicamente femeninas (embarazos o abortos forzados), o violencias cometidas contra ellas, como las sexuales.

En los años 90 del siglo pasado, tras el conflicto de los Balcanes y el genocidio de Ruanda, se crearon el Tribunal Penal Internacional para la Antigua Yugoslavia (TPIY) y para Ruanda (TPIR). Estos instrumentos posibilitaron el desarrollo de una jurisprudencia relevante e innovadora respecto a los crímenes sexuales en los conflictos armados. Los consideraron como instrumentos para cometer genocidios. Por eso, constituyen crímenes de guerra y contra la humanidad. Gracias a ellos, la jurisprudencia internacional, ahora asumida por el Tribunal Penal Internacional, cambia el concepto tradicional de este crimen. Antes se consideraba como una ofensa contra el honor y la familia. Ahora contempla que viola la integridad física y jurídica de las agredidas, como también el principio de la dignidad humana. La primera interpretación pone el foco en la ofensa al recato y a la virginidad femenina. Igualmente, a la idea de que la mujer violada estaría deshonrada y constituiría una vergüenza para la familia. De esta forma, las ofensas sexuales contra las mujeres serían un delito menor. Razón por la que en la mayoría de los casos han sido objeto de amnistía en los acuerdos de paz con los que se concluían los conflictos. La nueva valoración afirma que las agresiones sexuales son delitos graves. Perseguibles por la jurisdicción internacional. Un mecanismo que ayuda a superar el estigma que marca la experiencia de las personas agredidas sexualmente.

A pesar de estos avances jurídicos,  sobre el terreno la situación de las mujeres en los conflictos armados no ha cambiado. La violencia sexual no se ha erradicado. Ellas, mujeres y niñas, siguen siendo las primeras víctimas de estos crímenes. Eso inclina a pensar en que los jefes militares hacen la vista gorda ante los abusos de sus tropas. Si no son ellos los que dan directamente las órdenes de perpetrar tales crímenes. Y que la comunidad internacional, que proporciona las armas y se beneficia de los minerales de sangre que salen de estos conflictos, cierra los ojos ante ellos. Una vez más, es más importante la ganancia económica que genera la guerra que el respeto a los derechos humanos o la dignidad de las personas.

Por consecuencia, es necesario abordar las causas subyacentes a este fenómeno. Entre ellas se encontrarían los roles de género y el patriarcado que rige en la mayoría de las sociedades. Situaciones que afectan mayoritariamente a mujeres y niñas. Y los intereses económicos de grandes empresas y gobiernos que ayudan a prolongar los conflictos.

El informe de la Representante Especial del secretario general de Naciones Unidas recoge estas premisas. Llama a la necesidad de abordar la violencia sexual centrándose en las dinámicas de poder, incluida la mayor participación de las mujeres en todos los ámbitos. Además de la regulación de las armas y los embargos. Asimismo, aboga por el apoyo financiero a los defensores de los derechos humanos y la implementación de cambios desde la base.

En la imagen superior, vista general de la Carretera Nacional nº 2 bloqueada con barricadas de piedras para impedir el tráfico durante una manifestación en Goma, al este de la República Democrática del Congo, el 20 de diciembre de 2021. Fotografía: Guerchom Ndebo / Getty

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