Por Chema Caballero. Ha detectado el brillo del deseo en los ojos de la visitante. A pesar de que ella le insiste en que no comprará nada, él se sienta con las piernas cruzadas sobre la arena, tras la cuerda que separa la terraza de los vendedores que recorren la playa. Con mucha parsimonia, sin desdibujar la sonrisa de sus labios, extiende un paño rojo.